La versión de mí en tu cabeza
A cualquiera que exponga sus ideas en redes sociales le ha pasado ver las opiniones que se forma de ti la gente a partir de un mísero tuit o un post, y no entender cómo llegan a esas conclusiones sobre quién eres y qué piensas. Basta un comentario para que se te apliquen etiquetas e ideologías en pack que no te encajan nada. El mismo día te levantas comunista y te acuestas neoliberal. El mismo tuit te convierte a la vez en feminazi y en machista.
A veces esto me ha generado pequeñas crisis de identidad. Luego me acuerdo de que mis ideologías no son mi identidad y se me pasa.
Hay quien cree que es cuestión de mala comprensión lectora, pero es más bien el efecto de la proyección de estereotipos y conclusiones apresuradas. Una mala comprensión lectora no ayuda, claro, pero lo que suele pasar es que primero proyectan en ti todas las cosas que tienen asociadas al tema del que estás hablando. De ahí en adelante, solo comparten aquellos tuits que confirman esas percepciones y les dan la razón. Gracias a las burbujas de información y el sesgo de confirmación, solo prestamos atención a lo que confirma nuestras ideas preconcebidas, lo que a su vez refuerza esas conclusiones. Una vez la versión de mí está en su cabeza, ya es inamovible.
Es raro pensar que hay caricaturas de mí dando vueltas en la cabeza de la gente.
No tenemos control sobre lo que piensan los demás de nosotros, y a quien crea que sí le espera una vida de frustración, pero esas caricaturas influyen en cómo se te lee y como se te percibe. Por ejemplo, sé que una parte de la imagen que doy es bastante diferente a lo que soy, porque al desvirtualizar a gente de Twitter me suelen decir que me imaginaban indignada y seria, cuando en realidad soy más bien tirando a payasa.
Cuando se trata de personalidad quizás no importa tanto. Pero cuando te acusan de nazi, de comunista o de machista, da rabia. Cuando ves que hay gente dispuesta a creer cosas tan aborrecibles de ti, hasta el más estoico se siente mal. Por mucho que te esfuerces en que te resbale, un día que te pille mal puede afectar un poco. Es institivo. Somos seres sociales, y el rechazo del grupo es una de las amenazas más fuertes a la supervivencia.
A veces perdía el tiempo intentando convencer a alguien de que estaba equivocado, pero por rabia que dé no hay que dedicarle ni un minuto. Es un esfuerzo inútil. Primero, porque no hay argumentos que puedas poner sobre la mesa que haga cambiar de opinión a nadie. Se trata de emociones y primeras impresiones, y esas son impermeables a la evidencia. Segundo, porque es contraproducente. Cuanto más quieres que alguien cambie su manera de pensar, más refuerzas su postura. Y tercero, porque la vida es demasiado corta como para perderla en cosas que están fuera de tu esfera de control.
Lo que sí puedo hacer, y esta es una de las razones que me motiva a escribir por aquí, es dejar constancia de mis ideas, de lo que pienso, de lo que me parece interesante, de lo que no. Además, escribir me sirve como referencia cuando soy yo la que cambia de opinión.
No puedo modificar la versión de mí en tu cabeza, pero puedo ordenar la mía.
Cosas que están relacionadas con esto:
El post de Freddie de Boer que me ha animado a escribir esto que llevaba tiempo dándome vueltas en la cabeza. Me he visto muy reflejada en su reflexión.
La charla que siempre comparto de Ramón Nogueras, “Cuando falla la profecía” o por qué somos inmunes a los datos e intentar convencer es contraproducente: